En Japón, hay una cafetería que lleva abierta más de cien años y hay muchas leyendas sobre ella. Una regla: una vez que te sientas, debes terminar tu café antes de que se enfríe.
Es una cafetería especial y mágica. Cuenta la leyenda que después de un sorbo de café se puede revivir esa primera mala elección o esa palabra que fue mejor no decir. Un viaje auspicioso al pasado.
No todos tienen el coraje de entrar, pero una vez sentado frente a una taza humeante decides ir hacia tu destino.
Tantas historias, cada una de las cuales contiene un arrepentimiento o un recuerdo doloroso, resurgieron después de un sorbo de café. Sin embargo, después de terminarlo, todos se dan cuenta de que no es importante el pasado, sino que lo que importa es el tiempo que pasa por nuestras manos, el presente. Ese presente en el que todavía se puede decidir, se puede tomar una decisión, sea correcta o incorrecta. La vida, como el café, hay que vivirla sorbo a sorbo, aprovechando cada instante y cada detalle.
La novela de Kawaguchi representa un verdadero viaje en el tiempo, una inmersión en el pasado de los protagonistas de la historia. En lo que nos fijamos tras leerlo es que nuestra vida viaja en línea recta donde sólo se puede ir en una dirección y de nada sirve ahondar en una palabra no dicha o en una acción evitable. Dar la bienvenida al pasado con serena aceptación es el mantra de estas palabras.
La narrativa del autor tiene un toque sencillo y ligero, una escritura onírica producto de la literatura japonesa contemporánea. Una ligera inquietud impulsa al lector a descubrir con curiosidad el desenlace final del viaje en el tiempo, dejando una lección en el corazón de quien hojea las últimas páginas de “Finchè il caffè è caldo”.
Leer esta novela mientras se saborea una taza de café humeante es la mejor manera de sumergirse plenamente en las palabras del autor, en un frío día de invierno sentado cómodamente en un banco al más puro estilo oriental .
